martes, 30 de junio de 2015

CAPITULO 16

CAPITULO 16




Cuando abrió la puerta y ambos nos encontramos cara a cara con rochi, me quedé helada.

—¿Qué era exactamente lo que estabais haciendo los dos ahí dentro? —preguntó mientras su mirada pasaba de uno a otro.

Una recapitulación de todo lo que podía haber oído me pasó en un segundo por la cabeza y sentí un calor que se extendía por toda mi piel.

Me atreví a mirar al señor lanzani justo cuando él hacía lo mismo. Después me volví hacia rochi y negué con la cabeza.

—Nada, teníamos que hablar. Eso es todo. —Intenté fingir, pero sabía que el temblor de mi voz me delataba.

—Oh, he oído algo ahí dentro y no tengo la más mínima duda de que no era hablar —dijo sonriendo burlonamente.

—No seas ridícula, rochi. Estábamos discutiendo un tema de trabajo —dijo él intentando pasar a su lado.

—¿En el baño? —preguntó.

—Sí. Me habéis mandado aquí arriba para que viniera a buscarla y ahí es donde la he encontrado.

Ella se puso delante de él para bloquearle el camino.

—¿Crees que soy tonta? No es ningún secreto que vosotros no «habláis», ¡gritáis! ¿Y ahora? ¿Estáis saliendo?

—¡No! —gritamos los dos a la vez y nuestras miradas se encontraron durante un breve momento antes de apartarlas rápidamente.

—Vale... así que solo estáis follando —dijo y ninguno de los dos fue capaz de encontrar las palabras para responder. La tensión en ese pasillo era tan densa que llegué a considerar brevemente cuánto daño podía provocar un salto desde una ventana del tercer piso—. ¿Cuánto tiempo lleváis así?

—rochi... —empezó él negando con la cabeza y por una vez llegué a sentirme mal por su incomodidad. Nunca le había visto así antes. Era como si en todo ese tiempo no se le hubiera ocurrido que podía haber consecuencias aparte de nuestra propia confusión.

—¿Cuánto tiempo, peter? ¿lali? —dijo mirándonos a los dos.

—Yo... nosotros solo... —empecé, pero ¿qué iba a decir? ¿Solo qué? ¿Cómo podía explicar aquello?—. Nosotros...

—Cometimos un error. Ha sido un error.

Su voz cortó de raíz mis pensamientos y lo miré en shock. ¿Por qué me molestaba tanto que hubiera dicho eso? Había sido un error, pero oírselo decir... me dolía.

No pude apartar los ojos de él aunque ella empezó a hablar.

—Error o no, tenéis que parar. ¿Y si hubiera sido claudia? Y peter, ¡eres su jefe! ¿Es que se te ha olvidado eso? —Suspiró profundamente—. Mirad, vosotros dos sois adultos y no sé lo que está pasando aquí, pero sea lo que sea, que no se entere pablo.

Una oleada de náuseas me embargó ante la idea de que pablo se enterara de aquello y lo decepcionado que iba a estar. No podía soportarlo.

—Eso no será un problema —dije evitando a propósito la mirada de peter—. Pretendo aprender de mi error. Disculpadme.

Pasé al lado de ambos y me dirigí a las escaleras, el enfado y el dolor me provocaban un peso muerto en el fondo del estómago. La fuerza de mi ética del trabajo y mi motivación siempre me habían mantenido a flote en los peores momentos de mi vida: las rupturas, la muerte de mi madre, los malos momentos con los amigos. Mi valor como empleada de lanzani Media Group ahora estaba manchado por mis propias dudas. ¿Le estaba haciendo verme de forma diferente porque me lo estaba tirando? Ahora que parecía haber registrado (por fin) que si los demás se enteraban de lo nuestro podía ser algo malo para él, ¿empezaría a cuestionar mi juicio a nivel global?

Yo era más inteligente que todo aquello. Y ya era hora de que empezara a actuar en consecuencia.

Me recompuse antes de salir afuera y volver a mi asiento junto a benjamin.

—¿Va todo bien? —me preguntó.

Volví la cabeza y me permití mirarlo durante un momento. Realmente era bastante mono: pelo oscuro bien peinado, una cara amable y los ojos azules más bonitos que había visto en mi vida. Tenía todo lo que yo debería estar buscando. Levanté la mirada un segundo después cuando el señor lanzani volvió a la mesa con rochi, pero la aparté rápidamente.

—Sí, es que no me encuentro muy bien —dije volviéndome otra vez hacia benjamin—.

Creo que voy a tener que retirarme ya.

—Vamos —dijo benjamin levantándose para apartarme la silla—. Te acompañaré al coche.

Me despedí sintiendo, incómoda, la palma de benjamin en la parte baja de mi espalda mientras salíamos de la casa. Una vez en la entrada, me dedicó una sonrisa tímida y me cogió la mano.

—Ha sido un placer conocerte, lali. Me gustaría poder llamarte alguna vez y tal vez salir a comer como te he dicho.

—Déjame tu teléfono —le dije.

Una parte de mí se sentía mal por hacer aquello; estar con un hombre en el piso de arriba no hacía ni veinte minutos y ahora darle mi número a otro. Pero ya era hora de dejar atrás aquello y una cita para comer con un chico agradable parecía un buen punto de partida.

Su sonrisa se ensanchó cuando le devolví el teléfono y él me dio su tarjeta. Me cogió la mano y se la llevó a los labios.

—Te llamo el lunes. Con suerte las flores no se habrán marchitado del todo.

—Lo que importa es la intención —le dije sonriendo—. Gracias.

Parecía tan sincero, tan feliz por la simple posibilidad de volver a verme que se me ocurrió que yo debería estar sonriendo como una tonta o sintiendo mariposas en el estómago. Pero la verdad es que tenía ganas de vomitar.

—Debería irme.

benjamin asintió y me abrió la puerta del coche.

—Claro. Espero que te mejores. Conduce con cuidado y que tengas buenas noches, lali.

—Buenas noches, benjamin.

Cerró la puerta. Encendí el motor y con la mirada fija adelante me alejé de la casa de la familia de mi jefe.


A la mañana siguiente, en yoga, consideré la posibilidad de abrirle mi corazón a cande. Antes estaba bastante segura de que podía manejar las cosas yo sola, pero después de pasar una noche entera mirando al techo y volviéndome loca, me di cuenta de que necesitaba desahogarme con alguien.

Estaba Sara, y ella mejor que nadie podría entender lo desquiciante que podía ser mi jefe macizo. Pero también trabajaba para Henry y no quería ponerla en una posición incómoda, pidiéndole que guardara un secreto tan grande como aquel. Sabía que rochi no tendría ningún problema en hablar conmigo si se lo pedía, pero había algo en el hecho de que ella fuera parte de la familia, y además sabiendo lo que podía haber oído, que me hacía sentir bastante incómoda.

Había veces que realmente deseaba que mi madre siguiera viva. Solo pensar en ella me produjo un profundo dolor en el pecho y se me llenaron los ojos de lágrimas. Mudarme allí para pasar los últimos años de su vida con ella había sido la mejor decisión que había tomado en mi vida. Y aunque vivir tan lejos de mi padre y mis amigos había sido duro a veces, sabía que todo ocurre por una razón. Solo deseaba que esa razón se diera prisa y se manifestara de una vez.

¿Podría decírselo a cande? Tenía que admitir que estaba aterrada por lo que podía pensar de mí. Pero más que eso, estaba aterrada por decírselo en voz alta a alguien.

—Vale, no dejas de mirarme —me dijo—. O tienes algo en mente o te estoy avergonzando porque estoy sudada y horrible.

Intenté no decirle nada, intenté no darle importancia y dejar que pensara que estaba diciendo tonterías. Pero no pude. El peso y la presión de las últimas semanas me estaban aplastando y antes de que pudiera controlarlo, mi barbilla empezó a temblar y empecé a berrear como un bebé.

—Eso era lo que me parecía. Vamos, lali. —Me ofreció la mano, me ayudó a levantarme y, recogiendo todas nuestras cosas, me llevó hacia la puerta.

Veinte minutos, dos mimosas y una crisis nerviosa después, estaba mirando la expresión de espanto de cande en nuestro restaurante favorito. Se lo conté todo: lo de romperme las bragas, que me gustaba que me rompiera las bragas, los diferentes sitios, los «te odio» de la mitad de las sesiones, que Mina nos había pillado, mi culpa por sentir que estaba traicionando a pablo y a claudia, lo de benjamin, las declaraciones trogloditas del señor lanzani y, por fin, mi miedo a estar en la relación más insana de la historia del mundo y, sin ningún poder en absoluto.

Cuando levanté la vista para mirarla, hice una mueca de dolor; ella tenía una cara como si acabara de ver un accidente de coche.

—Vale, vamos a ver si lo he entendido bien. Asentí mientras esperaba que continuara.

—Te estás acostando con tu jefe. Me encogí un poco.

—Bueno, técnicamente no...

Ella levantó la mano para que no terminara la frase.

—Sí, sí. Eso lo he entendido. ¿Y ese es el mismo jefe al que te refieres cariñosamente como «el atractivo cabrón»?

Suspiré profundamente y asentí de nuevo.

—Pero lo odias.

—Correcto —murmuré apartando la mirada—. Odio. Eso es lo que siento: mucho odio.

—No quieres estar con él, pero no puedes mantenerte alejada.

—Dios, suena mucho peor oírselo decir a otra persona —gruñí y escondí la cara entre las manos—. Suena ridículo.

—Pero los momentos sexis... Son buenos —dijo con un toque de humor en la voz.

—«Buenos» no es suficiente para describirlos, cande. Ni fenomenales, intensos, alucinantes y asombrosos como de multiorgasmo es suficiente para describirlos.

—¿«Asombrosos como de multiorgasmo» existe? Me froté la cara con las manos y volví a suspirar.

—Cállate.

—Bueno —respondió pensativa y carraspeó—. Supongo que lo de la polla pequeña no era un problema después de todo...

Dejé que mi cabeza cayera sobre mis brazos que estaban encima de la mesa.

—No. No, sin duda eso no es un problema. —Levanté la vista un poco al oír el sonido de risas ahogadas—. ¡cande! ¡Esto no tiene ninguna gracia!

—Perdona que discrepe. Hasta tú tienes que ver la gran locura que es esto. De todas las personas que he conocido, eres la última que yo habría imaginado que podía acabar en esta situación. Siempre has sido tan seria, con todos y cada uno de los pasos de tu vida planificados. Vamos, has tenido muy pocos novios de verdad y has estado con ellos lo que todo el mundo consideraba una cantidad absurda de tiempo antes de acostaros. Este hombre tiene que ser algo de otro mundo.

—Sé que no hay nada malo en tener una relación puramente sexual con alguien... puedo con eso. Sé que a veces puedo ser demasiado controladora, pero lo peor es el hecho que siento que no tengo control sobre mí misma cuando estoy con él. Es que ni siquiera me gusta y aun así... sigo cayendo.

cande le dio un sorbo a su mimosa y prácticamente pude ver los engranajes de su cerebro trabajando mientras reflexionaba sobre lo que le acababa de decir.

—¿Qué es lo que te importa?

Levanté la vista para mirar a cande, comprendiendo por dónde iba.

—Mi trabajo. Mi vida después de esto. Mi valor como empleada. Saber que mi contribución marca la diferencia.

—¿Puedes sentirte bien en todos esos aspectos y follártelo a la vez?

Me encogí de hombros, incapaz de desenmarañar mis pensamientos sobre ese tema.

—No lo sé. Si yo sintiera que son cosas independientes, tal vez. Pero nuestras únicas interacciones se producen en el trabajo. No hay ningún momento en que esto no vaya tanto de trabajo como de sexo.

—Entonces tienes que encontrar una forma de dejar de hacerlo. Necesitas mantener la distancia.

—No es tan fácil —respondí, negando con la cabeza y empecé a divagar—. Trabajo para él. No puedo evitar fácilmente todos los momentos a solas con él. He jurado varias veces que no volveríamos a tener sexo y he vuelto a tenerlo a las pocas horas; es ridículo. Y además, tenemos que ir a un congreso dentro de dos semanas. El mismo hotel, muy cerca todo el tiempo. ¡Y con camas!

—lali, pero ¿qué te ocurre? —me preguntó cande con un tono asombrado—. ¿Es que quieres que esto continúe?

—¡No! ¡Claro que no! Ella me miró escéptica.

—Lo que pasa... es que soy diferente con él. Es como si quisiera cosas que nunca había querido antes y tal vez debería permitirme querer esas cosas. Solo desearía que fuera otra persona la que me hiciera desearlas, alguien agradable, como benjamin por ejemplo. Mi jefe no tiene nada de agradable.

—¿Tu jefe te hace querer qué? ¿Qué te den azotes y esas cosas? —inquirió cande con una risita, pero cuando yo aparté la vista oí que soltaba una exclamación ahogada—. Oh, Dios mío, ¿te ha dado azotes?

La miré con los ojos como platos.

—cande, ¿no puedes decirlo más alto? Creo que el tío del fondo no te ha oído. — En cuanto me aseguré de que nadie nos estaba mirando, me aparté unos mechones sueltos de la frente y respondí—. Mira, ya sé que tengo que parar esto, pero yo...

Me detuve porque sentí que se me ponía toda la piel de gallina. Se me quedó el aliento atravesado en la garganta y me volví lentamente para mirar hacia la puerta. Era él, desaliñado y vestido con una camiseta negra y vaqueros, zapatillas de deporte y el pelo más despeinado que de costumbre. Me di la vuelta para mirar a cande mientras sentía que toda la sangre había abandonado mi cara.

—lali, ¿qué ocurre? Parece que hubieras visto un fantasma —dijo cande extendiendo la mano por encima de la mesa para tocarme el brazo.

Tragué con dificultad en un intento por recuperar mi voz, y después la miré.

—¿Ves a ese hombre que hay junto a la puerta? ¿El alto y guapo? —Ella levantó un poco la cabeza para mirar y yo le di una patada por debajo de la mesa—. ¡No seas tan descarada! Es mi jefe.

cande abrió mucho los ojos y se quedó con la boca abierta.

—¡Madre mía! —exclamó y negó con la cabeza mientras le miraba de arriba abajo—. No lo decías en broma, lali. Es un cabrón realmente atractivo. No sería yo la que lo echara de mi cama. O mi coche. O el probador. O el ascensor o...

—¡cande! ¡No me estás ayudando!

—¿Quién es la rubia? —preguntó señalándola

Me volví para ver cómo un camarero llevaba hasta su mesa al señor lanzani con una rubia alta con las piernas muy largas. La mano de él estaba apoyada en la parte baja de la espalda de la chica. Sentí en el pecho una terrible punzada de celos.

—Pero qué cabrón —exclamé entre dientes—. Después de lo que hizo anoche...Tiene que estar de broma.

Justo cuando estaba a punto de responderme, el teléfono de cande sonó y ella lo buscó en su bolso. El saludo de «¡Hola, cariño!» me comunicó que era su prometido y que esa llamada le iba a llevar un rato.

Volví a mirar al señor lanzani, hablando y riéndose con la rubia. No podía apartar los ojos de ellos. Él estaba todavía más atractivo en ese ambiente relajado: sonreía y le bailaban los ojos cuando se reía. «¡Gilipollas!» Como si hubiera podido oír mis pensamientos, él levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Apreté la mandíbula y aparté la vista, tirando la servilleta sobre la mesa. Tenía que salir de allí.

—Ahora vuelvo, cande.

Ella asintió y me despidió con la mano distraídamente, sin dejar su conversación. Me levanté y pasé junto a su mesa asegurándome de evitar su mirada. Acababa de doblar la esquina y ya veía la seguridad del baño de señoras cuando sentí una mano fuerte en mi antebrazo.

—Espera.
Esa voz provocó un relámpago en mi interior.

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