martes, 23 de junio de 2015

capitulo 12



Capitulo 12


El ardor de mi pecho era casi suficiente para distraerme del lío que tenía en la cabeza. Pero solo «casi».

Aumenté la inclinación de la cinta de correr y me obligué a exigirme más. Los pies golpeando, los músculos ardiendo... eso siempre funcionaba. Así es como yo vivía mi vida. No había nada que no pudiera lograr si me exigía lo suficiente: los estudios, la carrera, la familia, las mujeres.

Mierda: mujeres.

Agobiado sacudí la cabeza y subí el volumen de mi iPod, esperando que eso pudiera distraerme lo suficiente para conseguir un poco de paz.

Debería haber sabido que no iba a funcionar. No importaba cuánto lo intentara, ella siempre estaba allí. Cerraba los ojos y todo volvía: tumbado sobre ella, sintiéndola envolviéndome, sudoroso, excitado, queriendo parar pero incapaz de hacerlo. Estar dentro de ella era la tortura más perfecta. Saciaba el hambre que sentía en ese momento, pero como un yonqui, me encontraba consumido por la necesidad de más droga en cuanto dejaba de tenerla. Era aterrador, pero cuando estaba con ella era capaz de hacer cualquier cosa que me pidiera. Y esa sensación estaba empezando a penetrar en momentos como ese también, en los que ni siquiera estaba a su lado pero seguía queriendo ser lo que ella necesitaba. Ridículo.

Alguien me quitó uno de los auriculares de un tirón y yo me volví hacia la fuente de la distracción.

—¿Qué? —pregunté mirando a mi hermano.

—Si sigues subiendo eso, vamos a tener que despegarte del suelo en cualquier momento, peter—me respondió—. ¿Qué ha hecho ella estaba vez para fastidiarte tanto?
—¿Quién?

Él puso los ojos en blanco.

—lali.

Sentí que se me tensaba el estómago al oír su nombre y volví a centrar mi atención en la cinta de correr.

—¿Y qué te hace pensar que esto tiene algo que ver con ella? Él rió sacudiendo la cabeza.

—No conozco a ninguna otra persona que produzca esta reacción en ti. Y sabes por qué es, ¿verdad?

Él había apagado su máquina y ahora tenía toda su atención centrada en mí. Mentiría si dijera que no me estaba poniendo un poco nervioso. Mi hermano era perceptivo, demasiado, a veces. Y si había algo que yo quería ocultarle era precisamente eso.

Mantuve la mirada fija adelante mientras seguía corriendo, intentando no cruzar la mirada con él.

—Ilumíname.

—Porque vosotros dos os parecéis bastante —dijo con aire de suficiencia.

—¿Qué? —Varias personas se volvieron para ver por qué estaba gritando en medio de un gimnasio lleno de gente. Dejé caer la mano sobre el botón de parada y lo miré—. Pero ¿cómo se te ha podido ocurrir eso? No nos parecemos en nada. — Estaba sudado, sin aliento y acelerado después de haber corrido más de quince kilómetros. Aunque justo en ese momento la subida de mi presión arterial no tenía nada que ver el ejercicio físico.

Le di un largo trago a la botella de agua mientras Henry no dejaba de sonreír burlón.

—¿Con quién crees que estás hablando? No he conocido a dos personas más parecidas en mi vida. Primero... —Hizo una pausa, carraspeó y levantó la mano para ir enumerando las cosas con los dedos—. Ambos sois inteligentes, determinados, trabajáis mucho y sois leales. Y... —continuó señalándome— ella es una bomba. De hecho es la primera mujer en toda tu vida que puede plantarte cara y que no te sigue a todas partes como un perrito perdido. Y odias profundamente cuánto necesitas eso.

¿Es que todo el mundo había perdido la cabeza? Claro que ella era alguna de esas cosas; ni siquiera yo podía negar que era increíblemente inteligente. Y trabajaba mucho y muy duro; a veces me sorprendía lo bien que se mantenía al día con todo. Y sin duda tenía determinación, aunque yo describiría esa cualidad algo más próxima a los adjetivos de cabezota y terca. Y no se podía poner en tela de juicio su lealtad. Podría haberme traicionado cien veces desde que empezamos con aquel juego enfermizo.

Me quedé de pie mirándolo mientras intentaba formular una respuesta.

—Bueno, sí, y también es una bruja de tomo y lomo.

«Muy bien, peter. Muy elaborada esa respuesta.»

Bajé de la máquina, la limpié y crucé el gimnasio intentando escapar. Él se echó a reír encantado, detrás de mí.

—¿Ves? Sabía que te estaba afectando.

—Que te den, nico.

Me dispuse a hacer unos abdominales pero él apareció por encima de mí, sonriendo como el gato que se comió al canario.

—Bueno, yo ya he acabado aquí —dijo frotándose las manos. Parecía cada vez más satisfecho consigo mismo—. Supongo que me voy a casa.

—Bien. Vete.

Riéndose se dio la vuelta.

—Oh, pero antes de que se me olvide, rochi me ha pedido que me entere de si has conseguido convencer a lali para que venga a cenar.

Asentí, incorporándome para atarme mejor los cordones.

—Dijo que iría.

—¿Soy yo el único que cree que es gracioso que mamá esté intentando emparejarla con benjamin amadeo?

Ahí estaba esa sensación en el pecho otra vez. Henry y yo habíamos crecido con Joel y era un tío bastante decente, pero algo en la idea de ellos dos juntos me hacía sentir ganas de darle un puñetazo a algo.

—Bueno, benjamin es genial —continuó—. Aunque lali es un poco demasiado para él, ¿no crees? —Noté que se quedaba mirándome más de la cuenta—. Pero, oye, que lo intente si cree que tiene alguna oportunidad.

Me tumbé y empecé a hacer abdominales un poco más rápido de lo necesario.

—Hasta luego, peter.

—Sí, hasta luego —murmuré.


El domingo por la noche, tumbado en la cama, repetí el plan en mi cabeza. Estaba pensando en ella demasiado y de forma diferente. Tenía que ser fuerte y pasar una semana sin tocarla. Era una especie de desintoxicación. Siete días. Podría hacerlo. Siete días sin tocarla y todo eso se habría acabado. Podría seguir con mi vida. Solo tenía que tomar un par de precauciones.

Primero, no podía permitir verme empujado a discutir con ella. Por alguna razón, para nosotros dos discutir era como una especie de juego preliminar. Segundo: nada de volver a fantasear con ella, nunca. Eso significaba nada de volver a revivir encuentros sexuales, nada de imaginar otros nuevos y nada de visualizarla desnuda o con cualquiera de las partes de mi cuerpo en contacto con las suyas.

Y durante la mayor parte del tiempo las cosas parecieron ir conforme al plan. Estaba en un estado constante de quietud y la semana me pareció que duraba una eternidad, pero aparte de un montón de fantasías obscenas, pude mantener el control. Hice todo lo que pude para ocupar mi tiempo fuera de la oficina, pero durante los ratos que estábamos obligados a estar juntos, yo mantenía una distancia constante y la mayor parte del tiempo nos tratamos el uno al otro con la misma aversión educada que habíamos practicado antes.

Pero juro que ella no dejaba de intentar romper mi determinación. Cada día parecía que la señorita esposito estaba más atractiva que el anterior. Todos los días había algo de su ropa o de lo que hacía que llevaba mi mente a terreno prohibido. Hice el trato conmigo mismo de que no habría más «sesiones» a la hora de comer. Tenía que parar aquello e imaginármela mientras me masturbaba (mierda, imaginármela masturbándose) no me iba a ayudar.

El lunes se dejó el pelo suelto. Y todo en lo que podía pensar mientras estaba sentada al otro lado de la mesa durante una reunión era en enredar mis manos en su pelo mientras ella me la chupaba.

El martes llevaba una falda hasta la rodilla que le marcaba las curvas y esas medias con la costura detrás. Parecía una pin up caracterizada de secretaria sexy.

El miércoles se puso un traje. Eso resultó inesperadamente peor, porque no pude
apartar mi mente de cómo sería bajarle esos pantalones por sus largas piernas.

El jueves llevaba una blusa sencilla con el cuello de pico pero las dos veces que se agachó para recogerme el boli le eché un buen vistazo a lo que tenía debajo. Y solo una de las veces fue a propósito.

Para cuando llegó el viernes creí que iba a explotar. No me había masturbado ni una vez en toda la semana e iba por ahí con el peor caso de dolor de huevos conocido por el hombre.

Cuando entré en la oficina el viernes por la mañana recé para que hubiera llamado para decir que estaba enferma. Pero de alguna forma sabía que no iba a tener esa suerte. Estaba cachondo y de un humor especialmente malo y cuando abrí la puerta del despacho estuve a punto de tener un ataque al corazón. Estaba agachada regando una planta, con un vestido de punto color carbón y botas hasta la rodilla. Todas las curvas de su cuerpo estaban allí delante de mí. Alguien ahí arriba tenía que odiarme mucho.

—Buenos días, señor lanzani—me dijo dulcemente cuando pasé a su lado, lo que hizo que me detuviera. Algo estaba ocurriendo. Nunca me decía nada con dulzura. La miré suspicaz.

—Buenos días, señorita esposito. Parece estar de un humor excelente esta mañana.
¿Es que ha muerto alguien?

La comisura de su boca se elevó con una sonrisa diabólica.

—Oh, no. Solo estoy contenta por la cena de mañana y por conocer a su amigo benjamin. nico me lo ha contado todo de él. Creo que tenemos mucho en común.

«Hijo de puta.»
—Oh, claro. La cena. Se me había olvidado por completo. Sí, usted y benjamin... Bueno, como es un niño de mamá y un cabrón autoritario, los dos seguramente encontrarán una conexión amorosa muy sólida. Me vendría bien una taza de café si va a ir a por una para usted. —Me giré y me encaminé a mi despacho.

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