domingo, 14 de junio de 2015

capitulo 4


hola chicas disculpen por no haber subido ayer pero no estuve en mi casa en todo el día. si hay comentarios subiré otro 

que tengan un lindo dia 


                                                                                                                                           

capitulo 4 



Cómo demonios conseguí bajar esos escalones sin matarme es algo que no sabría explicar. Salí corriendo como si el lugar estuviera en llamas, dejando al señor lanzani solo en las escaleras con la boca abierta, la ropa desordenada y el pelo revuelto como si alguien lo hubiera asaltado.

Pasé sin pararme por la cafetería de la catorce y llegué a la última puerta del rellano, que crucé de un salto (algo nada fácil con esos zapatos), abrí la puerta metálica y me apoyé contra la pared, jadeando.

«Pero ¿qué acaba de pasar?» ¿Acabo de follarme a mi jefe en las escaleras? Solté una exclamación y me tapé la boca con las manos. ¿Y le he ordenado que lo haga?

«Oh, Dios.» Pero ¿qué demonios me pasa?

Alucinada me aparté con dificultad de la pared y subí unos cuantos tramos de escaleras hasta el baño más cercano. Comprobé todos los cubículos para asegurarme de que estaban vacíos y después cerré con llave la puerta principal. Cuando me acerqué al espejo del baño hice una mueca. Parecía que me hubieran centrifugado y puesto a secar.

Mi pelo era un desastre. Todas mis ondas tan cuidadosamente ordenadas eran ahora una masa de nudos salvajes. Al parecer al señor lanzani le gustaba que llevara el pelo suelto. Tendría que recordarlo.

«Un momento... ¿Qué?» ¿De dónde había salido eso? No tenía que recordar nada, ni hablar. Golpeé la encimera de los lavabos con el puño y me acerqué más para evaluar los daños.

Tenía los labios hinchados y el maquillaje corrido. El vestido estaba dado de sí y prácticamente me quedaba colgando; y otra vez me había quedado sin bragas.

«Hijo-de-puta.» Ya eran las segundas. ¿Qué hacía con ellas?

—¡Oh, Dios! —exclamé en un ataque de terror. No estarían en alguna parte de la sala de reuniones, ¿verdad? ¿Las habría recogido y tirado? Debería preguntarle para estar segura. Pero no. No le iba a dar la satisfacción de reconocer que esto... esto...

¿Qué era esto?

Sacudí de nuevo la cabeza, frotándome la cara con las manos. Dios, lo había estropeado todo. Cuando llegué esa mañana tenía un plan. Iba a entrar allí, tirarle ese recibo a su atractiva cara y decirle que se lo metiera por donde le cupiera. Pero él estaba tan tremendamente sexy con ese traje color gris antracita y el pelo tan bien peinado hacia arriba, como una señal de neón que pedía a gritos que lo despeinaran, que simplemente había perdido la capacidad de pensar con claridad. Patético. ¿Qué tenía él que hacía que el cerebro se me convirtiera en papilla y me humedeciera así?

Esto no estaba bien. ¿Cómo iba a poder mirarlo sin imaginármelo desnudo? Bueno, vale, no desnudo. Técnicamente no le había visto totalmente desnudo todavía, pero lo que había visto me hacía estremecer.

«Oh, no. ¿Acabo de decir “todavía”?»

Podría dimitir. Lo pensé durante un minuto, pero no me gustó lo que me hizo sentir. Me encantaba mi trabajo y el señor lanzani podía ser el mayor capullo del mundo, pero había podido tratar con él durante nueve meses y (si no teníamos en cuenta las últimas veinticuatro horas) me las había apañado para conseguir trabajar con él como no lo había hecho nadie antes. Y por mucho que odiara admitirlo, me encantaba verlo trabajar. Era un capullo tremendamente impaciente, un perfeccionista obsesivo, le ponía a todo el mundo el listón a la misma altura y no aceptaba nada que no fuera lo mejor que pudieras hacer. Pero tenía que admitir que siempre había agradecido que diera por hecho que podía hacerlo mejor, trabajar más, hacer lo que hiciera falta para sacar adelante mi tarea... incluso aunque sus métodos no me encantaran. Realmente era un genio del mundo del marketing; toda su familia lo era.

Y esa era otra. Su familia. Mi padre estaba en Dakota del Norte y, cuando empecé como recepcionista mientras estaba en la universidad, pablo lanzani fue muy bueno conmigo. Todos lo habían sido. El hermano de peter, nicolas, era otro ejecutivo senior y el hombre más amable que había conocido nunca. Me encantaba toda la gente de allí, así que dimitir no era una opción.

El mayor problema eran las prácticas. Necesitaba presentar mi informe sobre la experiencia en la empresa a la junta de la beca JT Miller antes de terminar mi máster, y quería que mi proyecto final fuera brillante. Por eso me había quedado en

lanzani Media Group: peter lanzani  me ofreció la cuenta Papadakis (el plan de marketing de una promotora inmobiliaria multimillonaria) que era un proyecto mucho más grande que el de cualquiera de mis compañeros. Cuatro meses no eran suficientes para empezar en otra parte y encontrar algún proyecto interesante con el que poder lucirme... ¿verdad?

No. Definitivamente no podía dejar lanzani Media.

Tomada esa decisión, sabía que necesitaba un plan de acción. Tenía que seguir siendo profesional y asegurarme de que entre el señor lanzani y yo nunca, jamás volviera a pasar nada, aunque «nada» fuera el sexo más caliente y más intenso que había tenido en mi vida, incluso aunque me negara los orgasmos.

Cerdo.

Yo era una mujer fuerte e independiente. Tenía una carrera que construir y había trabajado infinitas horas para llegar a donde estaba. Mi mente y mi cuerpo no se gobernaban por la lujuria. Solo tenía que recordar lo que era: un mujeriego, un arrogante, un cabezota y un gilipollas que daba por hecho que todos los que lo rodeaban eran idiotas.

Le sonreí a mi reflejo en el espejo y repasé el conjunto de recuerdos recientes que tenía de peter lanzani.

«Le agradezco que me haya hecho un café cuando fue a hacerse el suyo, señorita esposito, pero si hubiera querido beberme una taza de barro habría pasado mi taza por la tierra del jardín esta mañana.»

«Si insiste en golpear el teclado como si le fuera la vida en ello, señorita esposito, le agradecería que mantuviera cerrada la puerta que comunica nuestros despachos.»

«¿Hay alguna razón para que esté necesitando tantísimo tiempo para llevar los borradores de los contratos al departamento legal? ¿Es que soñar despierta con peones de granja está ocupando todo su tiempo?»

Vaya, aquello iba a ser más fácil de lo que creía.

Sintiendo mi determinación renovada, me arreglé el vestido, me coloqué el pelo y me dirigí, sin bragas y llena de confianza, a la salida del baño. Cogí el café que había ido a buscar y volví a mi despacho, evitando las escaleras.

Abrí la puerta exterior y entré. La puerta del señorlanzani estaba cerrada y no llegaba ningún ruido desde el interior. Tal vez estuviera a punto de salir. «Qué más quisiera.» Me senté en mi silla, abrí el cajón, saqué mi neceser y me retoqué el maquillaje antes de volver al trabajo. Lo último que quería era tener que verlo, pero si no tenía intención de dimitir, eso iba a suceder en algún momento.

Cuando revisé el calendario recordé que el señor lanzani  tenía una presentación para los demás ejecutivos el lunes. Hice una mueca de asco al darme cuenta de que eso significaba que iba a tener que hablar con él hoy para preparar los materiales. También tenía una convención en San Diego el mes que viene, lo que significa no solo que iba a tener que estar en el mismo hotel que él, sino en el mismo avión, el coche de la empresa y también en todas las reuniones que surgieran. No, seguro que no había nada incómodo en todo eso.

Durante la siguiente hora me descubrí mirando cada pocos minutos hacia su puerta. Y cada vez que lo hacía, sentía mariposas en el estómago. ¡Qué estupidez!

¿Qué me estaba pasando? Cerré el archivo que no estaba consiguiendo leer y dejé caer la cabeza entre las manos justo cuando oí que se abría la puerta.

El señor lanzani salió y evitó mirarme. Se había arreglado la ropa, llevaba el abrigo colgado sobre el brazo y un maletín en la mano, pero todavía tenía el pelo totalmente enmarañado.

—Estaré ausente el resto del día —dijo con una calma extraña—. Cancele mis citas y haga los ajustes necesarios.

—Señor lanzani —dije y él se detuvo ya con la mano en el picaporte—. No olvide que tiene una presentación para el comité ejecutivo el lunes a las diez. —Le estaba hablando a su espalda. Estaba quieto como una estatua con los músculos en tensión

—. Si quiere puedo tener las hojas de cálculo, los archivos y los materiales de la presentación preparados en la sala de reuniones a las nueve y media.

La verdad es que estaba disfrutando de aquello. No había ni una pizca de comodidad en su postura. Asintió brevemente y empezó a salir por la puerta cuando le detuve de nuevo.

—Y, señor lanzani —añadí con dulzura—, necesito su firma en estos informes de gastos antes de que se vaya.

Él hundió los hombros y resopló impaciente. Se volvió para acercarse hasta mi mesa y, aún sin mirarme, se inclinó y revisó los formularios con las etiquetas de

«Firmar aquí».

Le tendí un boli.

—Por favor firme donde están las etiquetas, señor lanzani.

Odiaba que le dijeran que hiciera lo que ya estaba a punto de hacer. Yo contuve una risita. Me quitó el boli y levantó lentamente la barbilla, poniendo sus ojos avellana a la altura de los míos. Nos quedamos mirando durante lo que parecieron varios minutos. Ninguno de los dos apartó la mirada. Durante un breve momento sentí una necesidad casi irresistible de inclinarme hacia él, morderle el labio inferior y rogarle que me tocara.

—No me desvíes las llamadas —casi me escupió a la vez que firmaba apresuradamente el último formulario y tiraba el boli sobre la mesa—. Si hay alguna emergencia, contacta con nico.
—Capullo —murmuré entre dientes mientras lo veía desaparecer.
 

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