sábado, 20 de junio de 2015

Capitulo 9


Capitulo 9

Había ochenta y tres agujeros, veintinueve tornillos, cinco aspas y cuatro bombillas en el ventilador de techo, que además era lámpara, que tenía en mi dormitorio encima de la cama. Me giré hacia un lado y ciertos músculos se burlaron de mí y me proporcionaron una prueba definitiva de por qué no podía dormir.

«Quiero que lo veas. Y mañana, cuando te encuentres dolorida, quiero que te acuerdes de quién te lo hizo.»

Y no estaba de broma.

Sin darme cuenta mi mano había bajado hasta mi pecho, haciendo rodar distraídamente un pezón entre los dedos por debajo de la camiseta. Al cerrar los ojos, el contacto de mis manos se convirtió en el suyo en mi memoria. Sus dedos largos y hábiles rozándome la parte baja de los pechos, sus pulgares acariciándome los pezones, cogiéndome los pechos con sus grandes manos... «Mierda.» Dejé escapar un profundo suspiro y le di una patada a una almohada de mi cama. Sabía exactamente adónde me llevaba esa línea de pensamiento. Había hecho exactamente lo mismo tres noches seguidas y tenía que parar enseguida. Con un resoplido me puse boca abajo y cerré los ojos con fuerza, deseando poder quedarme dormida. Como si eso me hubiera funcionado alguna vez.

Todavía recordaba, con total claridad, el día, casi un año y medio atrás, en que pablo me había pedido que fuera a su despacho para hablar. Había empezado en lanzani Media Group trabajando como asistente junior de pablo mientras estaba en la universidad. Cuando mi madre murió, pablo me tomó bajo su protección, no tanto como una figura paterna, sino más bien como un mentor cariñoso y amable que me llevaba a su casa a cenar para comprobar mi estado emocional. Él insistió en que su puerta siempre estaría abierta para mí. Pero esa mañana en concreto, cuando llamó a mi despacho, sonaba extrañamente formal y francamente, eso me dio un miedo de muerte.

En su despacho él me explicó que su hijo menor había vivido en París durante los últimos seis años, trabajando como ejecutivo de marketing para L’Oréal. Este hijo del que hablaba, peter, iba a volver a casa por fin y dentro de seis meses iba a asumir el puesto de director de operaciones de lanzani Media. Elliott sabía que me quedaba un año de mi licenciatura en empresariales y que estaba buscando opciones para prácticas que me dieran la experiencia directa e importantísima que necesitaba. Insistió en que hiciera mis prácticas de máster en lanzani Media Group y que el más joven de los lanzani estaría más que encantado de tenerme en su equipo.

pablo me pasó el memorándum para toda la empresa que iba a hacer circular la semana siguiente para anunciar la llegada de peter lanzani.

«Madre mía.» Eso fue lo único que pude pensar cuando volví a mí despacho y le eché un vistazo a aquel documento. Vicepresidente ejecutivo de marketing de productos en L’Oréal París. El nominado más joven que había aparecido nunca en la lista de «Los 40 de menos de 40» de Crain’s, que se había publicado varias veces en e l Wall Street Journal . Doble máster por la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y la HEC de París, donde se especializó en finanzas corporativas y negocios globales, y en el que se graduó summa cum laude. Todo eso solo con treinta años. Dios mío.

¿Qué era lo que pablo había dicho? «Extremadamente dedicado.» Eso era subestimarlo y mucho.

nico había dejado caer que su hermano no tenía su personalidad relajada, pero cuando parecí algo preocupada, él me tranquilizó rápidamente.

—Tiene tendencia a ser un poco estirado y demasiado perfeccionista a veces, pero no te preocupes por eso, lali. Sabrás lidiar con sus arrebatos. Seguro que hacéis muy buen equipo. Vamos, mujer —me dijo rodeándome con su largo brazo—, ¿cómo no te va a adorar?

Odiaba admitirlo ahora, pero para cuando él llegó, incluso estaba un poco enamorada de peter lanzani. Estaba muy nerviosa por tener la oportunidad de trabajar con él, pero también estaba impresionada con todo lo que había conseguido y además tan rápido y tan pronto en su carrera. Y mirar su foto en internet tampoco es que me complicara las cosas: el tío era una maravilla. Nos comunicamos por correo electrónico para concertar asuntos sobre su llegada y aunque parecía bastante amable: nunca era demasiado amistoso.

El gran día, no se esperaba a peter hasta después de la reunión de la junta de la tarde, en la que se le iba a presentar oficialmente. Yo tuve todo el día para irme poniendo cada vez más nerviosa. Como Sara era tan buena amiga, subió para distraerme. Se sentó en mi silla y nos pasamos más de una hora hablando de los méritos de las películas de la saga Clerks.

Solo un rato después me estaba riendo tanto que las lágrimas me corrían por la cara. No me di cuenta de que Sara se ponía tensa cuando se abrió la puerta exterior del despacho, ni me fijé en que había alguien de pie detrás de mí. Y aunque Sara intentó avisarme con un breve gesto de la mano pasando de un lado a otro de la garganta (el gesto universal para: «Corta y cierra la boca»), la ignoré.

Porque, aparentemente, soy una idiota.

—Y entonces —seguí diciendo mientras me reía y me abrazaba los costados— ella va y dice: «Anoté el pedido a uno al que hice una mamada después del baile de fin de curso» y él responde: «Sí, yo también he servido a tu hermano».

Otra oleada de carcajadas me embargó y me agaché dando un pequeño paso hacia atrás hasta que choqué con algo duro y cálido.

Me volví y me dio muchísima vergüenza darme cuenta de que acababa de restregar el trasero contra el muslo de mi nuevo jefe.

—¡Señor lanzani! —dije al reconocerlo de las fotos—. Lo siento mucho. Él no parecía estar divirtiéndose.

En un intento de relajar la tensión, Sara se puso de pie y extendió la mano.

—Es un placer conocerlo por fin. Soy Sara Dillon, la asistente de nicolas.

Mi nuevo jefe simplemente miró su mano sin devolverle el gesto y levantó una de sus cejas perfectas.

—¿No querrá decir del «señor lanzani»?

Sara dejó caer la mano mientras lo miraba, obviamente confusa. Había algo en su presencia tan intimidante que la había dejado sin palabras. Cuando se recuperó, balbució:

—Bueno... aquí somos algo informales. Nos tuteamos y nos llamamos por el nombre de pila. Esta es tu asistente, lali.

Él asintió.

—Señorita esposito, usted se dirigirá a mí como «señor lanzani». Y la espero en mi despacho dentro de cinco minutos para hablar del decoro adecuado en el lugar de trabajo. —Su voz sonaba seria cuando habló y asintió brevemente en dirección a Sara—. Señorita Dillon.

Después me miró a mí durante otro momento y se volvió hacia su nuevo despacho. Yo observé horrorizada cómo se cerraba la puerta del primer infausto portazo de nuestra historia.

—¡Qué cabrón! —murmuró Sara con los labios apretados.

—Un cabrón muy atractivo —respondí.

Esperando poder mejorar un poco las cosas, bajé a la cafetería a por una taza de café. Incluso le había preguntado a Henry cómo le gustaba el café a peter: solo. Cuando volví hecha un manojo de nervios al despacho, al llamar a la puerta me respondió con un brusco «adelante» y yo deseé que dejaran de temblarme las manos. Puse una sonrisa amistosa, intentando causarle una mejor impresión esta vez, y al abrir la puerta me lo encontré hablando por teléfono y escribiendo furiosamente en un cuaderno que tenía delante. Me quedé sin aliento cuando le oí hablar con una voz pausada y profunda en un perfecto francés.

—Ce sera parfait. Non. Non, ce n’est pas nécessaire. Seulement quatre. Oui.
Quatre. Merci, Ivan.

Colgó pero no levantó la mirada del papel para mirarme. Cuando estuve de pie justo delante de su mesa, se dirigió a mí con el mismo tono duro de antes.

—En el futuro, señorita esposito, tendrá las conversaciones ajenas al trabajo fuera de la oficina. Le pagamos por trabajar, no por cotillear. ¿He sido lo bastante claro?

Me quedé de pie en silencio durante un momento hasta que me miró a los ojos y enarcó una ceja. Sacudí la cabeza para salir del trance, dándome cuenta justo en ese momento de la verdad sobre peter lanzani: aunque era mucho más guapo en persona que en las fotos, hasta incluso dejarte sin aliento, él no tenía nada que ver con lo que había imaginado. Y tampoco tenía nada que ver con su padre ni su hermano.

—Muy claro, señor —dije mientras daba la vuelta a la mesa para ponerle el café delante.

Pero justo cuando estaba a punto de llegar a su mesa, uno de mis tacones se quedó
trabado en la alfombra y me caí hacia delante. Oí que un fuerte «¡Mierda!» salía de mis labios y el café se convertía en una mancha ardiente sobre su traje caro.

—Oh, dios mío, señor lanzani. ¡Lo siento muchísimo!

Corrí hacia el lavabo de su baño para coger una toalla, volví corriendo y me puse de rodillas delante de él para intentar quitarle la mancha. En mi precipitación y en medio de aquella humillación que yo creía que no podía ser peor, de repente me di cuenta de que le estaba frotando furiosamente la toalla contra la bragueta. Aparté los ojos y la mano, a la vez que sentía el rubor ardiente que me cubría la cara hasta el cuello, al darme cuenta del evidente bulto de la parte delantera de sus pantalones.

—Puede irse ahora, señorita esposito.

Asentí y salí corriendo de la oficina, avergonzada porque acababa de causar una primera impresión horrible.

Gracias a Dios después de eso había demostrado mi eficacia con bastante rapidez. Había veces en que él incluso parecía impresionado conmigo, aunque siempre era cortante y borde. Lo achaqué a que él era el mayor imbécil del mundo, pero siempre me pregunté si había algo específico en mí que nunca le había gustado.

Aparte de lo de la toalla, claro.

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