miércoles, 17 de junio de 2015

capitulo 7

HOLAA espero estén disfrutando la nove como dije en el otro blog empezare a subir en este horario desde las 22:00 en adelante pero como ya saben los viernes y sábado subo mas temprano y si hay comentarios subiré mas de 1... bueno espero disfruten el cap...


                                                                                                                                           

capitulo 7




Pánico. La emoción que me atrapó mientras me apresuraba —casi corría— hacia mi despacho, solo podía describirse como puro pánico. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Estar a solas con ella en esa pequeña prisión de acero (su olor, sus sonidos, su piel) hacía que mi autocontrol se evaporara. Era perturbador. Esa mujer tenía una influencia sobre mí que no había experimentado nunca antes.

Por fin en la relativa seguridad de mi despacho, me dejé caer en el sofá de cuero. Me incliné hacia delante y me tiré con fuerza del pelo deseando calmarme y que mi erección bajara.

Las cosas iban de mal en peor.

Había sabido desde el primer minuto en que me recordó la reunión de la mañana que no había forma de que fuera capaz de formar un pensamiento coherente, mucho menos dar una presentación entera, en esa maldita sala de reuniones. Y podía olvidarme al sentarme en esa mesa. Entrar allí y encontrármela apoyada contra el cristal, enfrascada en sus pensamientos, fue suficiente para que se me pusiera dura otra vez.

Me había inventado una historia inverosímil sobre que la reunión se iba a celebrar en otra planta y ella se había enfadado conmigo por ello. ¿Por qué siempre se enfrentaba a mí? Pero me ocupé de recordarle quién estaba al mando. De todas formas, como en todas las discusiones que hemos tenido, ella encontró la forma de devolvérmela.

Me sobresalté al oír un estruendo en la oficina exterior. Seguido de un golpe. Y después otro. ¿Qué demonios estaba pasando ahí? Me levanté y me encaminé a la puerta y al abrirla me encontré a la señorita esposito dejando caer carpetas en diferentes montones. Crucé los brazos y me apoyé contra la pared, observándola durante un momento. Verla tan enfadada no mejoraba el problema que tenía en los pantalones lo más mínimo.

—¿Le importaría decirme cuál es el problema?

Ella levantó la vista para mirarme de una forma que parecía que me acabara de salir una segunda cabeza.

—¿Se te ha ido la cabeza?

—No, ni lo más mínimo.

—Pues perdóname si estoy un poco tensa —dijo entre dientes cogiendo una pila de carpetas y metiéndolas sin miramientos en un cajón.

—A mí tampoco me encanta la idea de...

—peter—saludó mi padre al entrar con paso vivo a mi despacho—. Muy buen trabajo el de la sala de reuniones. Henry y yo acabamos de hablar con Dorothy y Troy y los dos estaban... —Se quedó parado y mirando a donde estaba la señorita esposito, agarrándose al borde de la mesa con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

—lali, querida, ¿estás bien?

Ella se irguió y soltó la mesa, asintiendo. Tenía la cara hermosamente enrojecida y el pelo un poco despeinado. Y eso se lo había hecho yo. Tragué saliva y me volví para mirar por la ventana.

—No pareces estar bien —dijo mi padre, se acercó a ella y le puso la mano en la frente—. Estás un poco caliente.

Apreté la mandíbula al ver el reflejo de ambos en el cristal y una extraña sensación empezó a subirme por la espalda. «¿De dónde viene esto?»

—La verdad es que no me encuentro muy bien —dijo ella.

—Entonces deberías irte a casa. Con tu horario de trabajo y el final del semestre en la universidad seguro que estás...

—Tenemos la agenda llena hoy, me temo —dije volviéndome para mirarlos—. Quería acabar lo de Beaumont, señorita esposito—gruñí con los dientes apretados.

Mi padre se volvió y me lanzó una mirada helada.

—Estoy seguro que tú puedes ocuparte de lo que haga falta, peter. —Se dirigió a ella—: Vete a casa.

—Gracias, pablo. —Me miró arqueando una ceja perfectamente esculpida—. Lo veré mañana por la mañana, señor lanzani.

La miré mientras salía. Mi padre cerró la puerta tras ella y se volvió hacia mí con la mirada encendida.
—¿Qué? —le pregunté.

—No te mataría ser un poco más amable, peter. —Se acercó y se sentó en la esquina de la mesa de ella—. Tienes suerte de tenerla, ya lo sabes.

Puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza.

—Si su personalidad fuera tan buena como sus habilidades con el PowerPoint, no tendríamos ningún problema.

Él me atravesó con su mirada.

—Tu madre ha llamado y me ha dicho que te recuerde lo de la cena en casa esta noche. nico y rochi vendrán con la niña.

—Allí estaré.

Se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo para mirarme.

—No llegues tarde.

—No lo haré, ¡por Dios! —Sabía tan bien como cualquiera que nunca llegaba tarde, ni siquiera a algo tan tonto como una cena familiar. nico, en cambio, llegaría tarde a su propio funeral.

Por fin solo, volví a entrar en mi despacho y me dejé caer en mi silla. Vale, tal vez estaba un poco de los nervios.

Metí la mano en el bolsillo y saqué lo que quedaba de su ropa interior. Estaba a punto de meterla en el cajón con las otras, cuando me fijé en la etiqueta: «Agent Provocateur». Se había gastado un dineral en esas. Eso encendió mi curiosidad y abrí el cajón para mirar las otras. La Perla. Maldita sea, esa mujer iba realmente en serio con su ropa interior. Tal vez debería pararme en la tienda de La Perla del centro en algún momento para ver por curiosidad cuánto le estaba costando a ella mi pequeña colección. Me pasé la mano libre por el pelo, las volví a meter en el cajón y lo cerré.

Estaba oficialmente perdiendo la cabeza.

Por mucho que lo intenté, no pude concentrarme en todo el día. Incluso tras una carrera enérgica a la hora de comer, no pude conseguir que mi mente se apartara de lo que había pasado esa mañana. Hacia las tres supe que tenía que salir de allí. Llegué al ascensor, solté un gruñido y opté por las escaleras. Justo entonces me di cuenta de que eso era un error todavía peor. Bajé corriendo los dieciocho pisos.

Cuando aparqué delante de la casa de mis padres esa noche, sentí que parte de mi tensión se desvanecía. Al entrar en la cocina me vi inmediatamente envuelto por el olor familiar de la cocina de mamá y la charla alegre de mis padres que llegaba desde el comedor.

—peter—me saludó cantarinamente mi madre cuando entré en la habitación.

Me agaché, le di un beso en la mejilla y dejé durante un momento que intentara arreglarme el pelo rebelde. Después le aparté los dedos, le cogí un cuenco grande de las manos y lo coloqué en la mesa, cogiendo una zanahoria como recompensa.

—¿Dónde está nico? —pregunté mirando hacia el salón.

—Todavía no han llegado —respondió mi padre mientras entraba. nico ya era un tardón, pero si le añadíamos a su mujer y su hija tendríamos suerte si al menos conseguían llegar. Fui hasta el bar para ponerle a mi madre un martini seco.

Veinte minutos después llegaron ecos de caos desde el vestíbulo y salí para recibirlos. Un cuerpecito pequeño e inestable con una sonrisa llena de dientes se lanzó contra mis rodillas.

—¡peter! —chilló la niña.

Cogí a Sofia en el aire y le llené las mejillas de besos.

—Dios, eres patético —gruñó nico pasando a mi lado.

—Oh, como si tú fueras mucho mejor.

—Los dos deberíais cerrar la boca, si a alguien le importa mi opinión —dijo rochi, siguiendo a su marido hacia el comedor.

Sofia era la primera nieta y la princesa de la familia. Como era habitual, ella prefirió sentarse en mi regazo durante la cena y yo intenté evitarla para poder comer, haciendo todo lo posible para no sufrir su «ayuda». Sin duda me tenía comiendo de su mano.

—peter, quería decirte una cosa —empezó mi madre pasándome la botella de vino—, ¿podrías invitar a lali a cenar la semana que viene y hacer todo lo posible para convencerla de que venga?

Solté un gruñido como respuesta y recibí una patada en la espinilla por parte de mi padre.

—Dios. ¿Por qué insistís todos tanto en que venga? —pregunté. Mi madre se irguió con su mejor expresión de madre indignada.

—Esta ciudad no es la suya y...

—Mamá —la interrumpí—, lleva viviendo aquí desde la universidad. Tiene veintiséis años. Esta ciudad ya es bastante suya.

—La verdad, peter, es que tienes razón —respondió ella con un tono extraño en su voz—. Ella vino aquí para estudiar, se licenció suma cum laude, trabajó con tu padre unos años antes de pasar a tu departamento y ser la mejor empleada que has tenido nunca... Y todo ello mientras iba a clases nocturnas para sacarse la carrera. Creo que lali es una chica increíble, así que hay alguien a quien quiero que conozca.

Mi tenedor se quedó congelado en el aire cuando comprendí lo que acababa de decir. ¿Mamá quería emparejarla con alguien? Intenté revisar mentalmente todos los hombres solteros que conocíamos y tuve que descartarlos a todos inmediatamente:

«Brad: demasiado bajo. Damian: se tira a todo lo que se mueve. Kyle: gay. Scott: tonto». Qué raro era aquello. Sentí una presión en el pecho, pero no estaba seguro de lo que era. Si tenía que definirlo diría que era... ¿enfado?

¿Y por qué me iba a enfadar que mi madre quisiera emparejarla con alguien?

«Pues probablemente porque te estás acostando con ella, idiota.» Bueno, acostándome con ella no follándomela. Vale, me la había follado... dos veces.

«Follándomela» implicaba una intención de continuar.

También le había metido mano un poco en el ascensor y estaba atesorando sus bragas rotas en el cajón de mi mesa.

«Pervertido.»

Me froté la cara con las manos.

—Vale. Hablaré con ella. Pero no te ilusiones mucho. No tiene el más mínimo encanto, así que te costará salirte con la tuya.

—¿Sabes, peter? —dijo mi hermano—. Creo que todo el mundo estaría de acuerdo en decir que tú eres el único que tiene problemas en el trato con ella.

Miré alrededor de la mesa y fruncí el ceño al ver que todas las cabezas asentían, dando la razón al imbécil de mi hermano.


El resto de la noche consistió en más conversación sobre que necesitaba ser más simpático con la señorita esposito y lo genial que todos pensaban que era y cuánto le iba a gustar a ella el hijo de la mejor amiga de mi madre, benjamin. Se me había olvidado por completo benjamin. Estaba bastante bien, tenía que reconocerlo. Excepto porque jugó a las Barbies con su hermana pequeña hasta que tuvo catorce años, y lloró como un bebé cuando le di con una pelota de béisbol en la espinilla cuando teníamos quince años.

esposito se lo iba a comer vivo.

Me reí para mis adentros solo de pensarlo.

También hablamos de las reuniones que teníamos planeadas para esa semana. Había una importante el jueves por la tarde y yo iba a acompañar a mi padre y mi hermano. Sabía que la señorita esposito ya lo tenía todo planeado y listo para entonces. Por mucho que odiara admitirlo, ella siempre iba dos pasos por delante y anticipaba cualquier cosa que necesitara.

Me fui tras hacer la promesa de que haría todo lo posible para convencerla de que viniera, aunque para ser sinceros no sabía cuándo iba a poder verla en los próximos días. Tenía reuniones y citas por toda la ciudad, y dudaba de que, en los breves momentos que estuviera en la oficina, tuviera algo que mereciera la pena decirle.

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