sábado, 20 de junio de 2015

Capitulo 10

hola como  están? como dije en el otro blog me disculpo por o haber subido ayer. por es subí 2 caps hoy... y si hay comentarios subo otro mas tarde 

anonimo: creo que esta nove tiene entre 40 a 45 cap no mas 

                                                                                                                           

Capitulo 10


Cuando llegué al trabajo, me encontré con Sara de camino al ascensor. Hicimos planes para comer un día de la semana siguiente y me despedí de ella al llegar a su planta. Ya en la planta dieciocho me fijé en que la puerta del despacho del señor lanzani estaba cerrada como era habitual, así que no podía saber si ya había llegado o no. Encendí el ordenador e intenté prepararme mentalmente para el día. Últimamente la ansiedad se apoderaba de mí cada vez que me sentaba en esa silla.

Sabía que le iba a ver esa mañana; repasábamos la agenda de la semana siguiente todos los viernes. Pero no podía saber de qué humor iba a estar.

Aunque últimamente su humor había estado todavía peor de lo habitual, las últimas palabras que me había dicho el día anterior fueron: «Compra el liguero también». Y yo lo había hecho. Y lo llevaba puesto en ese mismo momento. ¿Por qué? No tenía ni idea. ¿Qué demonios había querido decir con eso? ¿Es que creía que me lo iba a ver? Ni de coña. Entonces ¿por qué me lo había puesto? «Juro por Dios que si me lo rompe...» Y frené antes de que pudiera acabar la frase.

Claro que no me lo iba a romper. No le iba a dar la oportunidad de hacerlo.

«No dejes de decirte eso, esposito.»

Responder unos cuantos emails, corregir el contrato sobre temas de propiedad intelectual del informe Papadakis y pedir presupuesto a varios hoteles apartó mi mente de la situación durante un rato, pero más o menos una hora después la puerta se abrió. Levanté la vista y me encontré con un señor lanzani muy profesional. Su traje oscuro de dos botones estaba impecable, complementado perfectamente por el toque de color que le daba la corbata de seda roja. Parecía tranquilo y completamente relajado. No quedaba ninguna señal de aquel salvaje que me había follado en el probador de La Perla unas dieciocho horas y treinta y seis minutos atrás. Y no es que estuviera contando el tiempo ni nada...

—¿Lista para empezar?

—Sí, señor.

Él asintió una vez y volvió a su despacho.

Vale, así que ahora iba a ser así. Por mí, bien. No estaba segura de lo que había estado esperando, pero en cierto modo estaba aliviada de que nada hubiera cambiado. Las cosas entre nosotros se estaban volviendo cada vez más intensas y sería un golpe mayor si todo acabara y yo tuviera que recoger además los trocitos de mi carrera. Esperaba poder pasar por todo eso sin mayores desastres al menos hasta que acabara el máster.

Le seguí a su despacho y tomé asiento. Empecé repasando la lista de tareas y citas que necesitaban de su atención. Él escuchó sin hacer ningún comentario, anotando cosas o introduciéndolas en su ordenador cuando era necesario.

—Hay una reunión con Red Hawk Publishing programada para las tres de esta tarde. Su padre y su hermano también van a asistir. Probablemente le llevará el resto de la tarde, así que he vaciado su agenda... —Y así seguimos hasta que finalmente llegamos a la parte que estaba temiendo—. Y por último, el congreso JT Miller Marketing Insight Conference es en San Diego el mes que viene —dije y de repente fijé la vista en los garabatos que estaba dibujando en mi agenda. La pausa que siguió pareció durar siglos y por fin levanté la vista para ver qué le estaba llevando tanto tiempo. Me estaba mirando fijamente, dando golpecitos con su pluma de oro sobre la mesa, sin ni la más mínima expresión en la cara.

—¿Me va a acompañar? —preguntó.

—Sí. —Mi única palabra creó un silencio sofocante en el despacho. No tenía ni idea de lo que estaba pensando mientras seguíamos mirándonos—. Está estipulado en las condiciones de mi beca que tengo que asistir. Y... eh... también creo que le vendrá bien tenerme allí... hum... para ayudarlo a llevar sus asuntos.

—Haga todos los preparativos necesarios —dijo con un aire tajante mientras acaba de escribir en su ordenador. Asumiendo que eso significaba que ya me podía ir, me puse de pie y empecé a caminar hacia la puerta.

—Señorita esposito.

Me volví para mirarlo y aunque nuestras miradas no se encontraron, me di cuenta de que él casi parecía nervioso. Bueno, eso sí era un cambio.

—Mi madre me ha pedido que la invite de su parte a cenar la semana que viene.

—Oh. —Sentí que el calor me subía a las mejillas—. Bueno, dígale por favor que tengo que consultar mi agenda. —Me di la vuelta para marcharme otra vez.

—Me ha dicho que tengo que... pedirle encarecidamente que vaya.

Me volví lentamente y vi que ahora sí que me estaba mirando fijamente y sin duda parecía incómodo.

—¿Y por qué exactamente tendría que hacerlo?

—Bueno —dijo y carraspeó—, aparentemente hay alguien que quiere que conozca.

Eso era algo nuevo. Conocía a los lanzani desde hacía años y, aunque claudia había mencionado de pasada algún nombre de vez en cuando, nunca había intentado activamente emparejarme con nadie.

—¿Tu madre está intentando encontrarme novio? —le pregunté volviendo hacia la mesa y cruzando los brazos sobre el pecho.

—Eso parece. —Algo en su cara no casaba con su respuesta desenfadada.

—¿Y por qué? —le pregunté con una ceja enarcada. Él frunció la frente con una irritación evidente.

—¿Y cómo demonios quieres que lo sepa? No es que nos sentemos a la mesa a hablar de ti —refunfuñó—. Tal vez está preocupada porque, con esa personalidad tan brillante que tienes, acabes siendo una vieja solterona que lleve un vestido de flores y que viva en una casa llena de gatos.

Me incliné hacia delante con las palmas en su mesa y lo miré fijamente.

—Bueno, tal vez debería preocuparse de que su hijo se convierta en un viejo verde que se pasa el tiempo atesorando bragas y persiguiendo a chicas en tiendas de lencería.

Él saltó de la silla y se inclinó hacia mí con una expresión furiosa en la cara.

—¿Sabes? Eres la mujer más... —Tuvo que interrumpirse cuando sonó el teléfono. Nos miramos duramente, ambos con la respiración acelerada. Por un instante creí que se iba a lanzar sobre mí por encima de la mesa. Y durante otro instante quise encarecidamente que lo hiciera. Sin dejar de mirarme a los ojos extendió la mano 
para coger el teléfono. 

—¿Sí? —preguntó bruscamente por el auricular sin apartar la mirada—. ¡George! Sí, claro que tengo un momento.

Volvió a sentarse en su silla y yo me quedé allí por si necesitaba algo de mí mientras hablaba con el señor Papadakis. Levantó el dedo índice en mi dirección para que esperara antes de empezar a deslizarlo sobre su pluma, que hacía rodar por la mesa mientras escuchaba lo que le decían por el auricular.

—¿Necesitas que me quede? —le pregunté.

Él asintió una vez antes de hablar por el teléfono.

—No creo que haga falta ser tan específico en esta fase, George. —El tono profundo de su voz reverberó por toda mi columna—. Con solo un perfil general bastará. Necesitamos saber el alcance de esta propuesta antes de poder pasar a hacer borradores.

Me revolví un poco en el lugar donde estaba. Él era un ególatra por hacer que me quedara allí de pie como si estuviera sujetando un plato de uvas y abanicándolo mientras hablaba con un colega.

Levantó la vista para mirarme y le vi bajar los ojos hasta mi falda, donde algo le llamó la atención. Al volver a levantar la vista sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, como si quisiera preguntarme algo. Y entonces extendió la mano, sujetando el boli entre el índice y el pulgar, y utilizó la punta para levantarme el dobladillo de la falda a la altura del muslo.

Abrió los ojos de par en par cuando vio el liguero.

—Lo entiendo —murmuró por el teléfono mientras dejaba caer la falda—. Creo que estamos de acuerdo en que eso es un desarrollo positivo.

Sus ojos subieron por mi cuerpo y su mirada se fue oscureciendo poco a poco. El corazón empezó a latirme con fuerza. Cuando me miraba así yo solo quería subirme a su regazo y atarlo a la silla con su corbata.

—No, no. Nada tan amplio en este punto. Como le he dicho, solo estamos hablando de un perfil preliminar.

Di la vuelta a la mesa y me senté en una silla frente a él, que arqueó una ceja, interesado, y después se metió la punta del boli entre los dientes y la mordió.

El calor crecía entre mis piernas así que me cogí el borde de la falda y me la subí por los muslos, exponiendo la piel al aire fresco de la oficina y a los ojos deseosos que no se apartaban de mí desde el otro lado de la mesa.

—Sí, ya veo —dijo al teléfono, pero su voz era más profunda, casi ronca ahora, aunque seguía sonando tranquilo.

Seguí con los dedos los contornos de las tiras del liguero, pasando por mi piel y por la seda de la ropa interior. Nada (ni nadie) me habían hecho nunca sentir tan sexy como él. Era como si él cogiera todos mis pensamientos sobre el trabajo, mi vida y mis objetivos y me dijera: «Todo esto está muy bien, pero mira esto otro que yo te ofrezco. Puede que sea retorcido y muy peligroso pero lo estás deseando. Me estás deseando a mí».

Y si lo hubiera dicho en voz alta, habría tenido razón.

—Sí —repitió—. Creo que ese es el camino ideal.

«Eso crees, ¿eh?» Le sonreí, me mordí el labio y él me dedicó una media sonrisa diabólica en respuesta. Los dedos de una mano siguieron subiendo, me cubrí con ellos un pecho y apreté. Con la otra mano aparté la parte central de mis bragas y pasé dos dedos por la piel húmeda.

El señor lanzani tosió y se apresuró a coger su vaso de agua.

—Está bien, George. Le echaremos un vistazo cuando lo recibamos. Podemos hacerlo en ese plazo.

Empecé a mover la mano mientras pensaba en sus dedos largos haciendo rodar el bolígrafo y en esas mismas manos agarrándome las caderas y la cintura y los muslos mientras me empujaba en el probador de la tienda de lencería.

El movimiento se hizo más rápido, se me cerraron los ojos y deje caer la cabeza contra el respaldo de la silla. Intenté no hacer ruido mordiéndome el labio con fuerza pero se me escapó un leve gemido. Me estaba imaginando sus manos y sus antebrazos fibrosos, con los músculos tensándose bajo la piel, mientras sus dedos se movían dentro de mí. Sus piernas delante de mi cara la noche en la sala de reuniones, tensas y esculpidas, esforzándose para no embestirme.

Y esos ojos, fijos en mí, oscuros y suplicantes.

Levanté la cabeza y los vi justo como me los imaginaba, no mirando mi mano, sino con la expresión ávida centrada en mi cara mientras yo seguía con el movimiento y la sensación. Mi clímax fue a la vez abrumador e insatisfactorio: quería que fuera su contacto el que me hiciera todo aquello y no el mío.

En algún momento había colgado el teléfono y me di cuenta de que mi respiración sonaba demasiado fuerte en la habitación en silencio. Él seguía sentado frente a mí, se le veían gotas de sudor en la frente y sus manos agarraban los brazos de la silla como si se estuviera resistiendo ante un fuerte vendaval.

—Pero ¿qué me estás haciendo? —preguntó en voz baja.

Le sonreí y me aparté el flequillo de los ojos de un soplido.

—Estoy bastante segura de que lo que acabo de hacer me lo he hecho a mí. Él levantó ambas cejas.

—No, eso sin duda.

Me levanté colocándome la falda sobre los muslos.

—Si eso es todo, señor lanzani, vuelvo al trabajo.


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