viernes, 26 de junio de 2015

capitulo 14



Capitulo 14


Todavía recuerdo el momento en que la vi por primera vez. Mis padres vinieron a visitarme por Navidad cuando todavía vivía en el extranjero y uno de mis regalos fue un marco de fotos digital. Mientras miraba las fotos con mi madre, paré la presentación en una de mis padres de pie junto a una chica muy guapa de pelo castaño.

—¿Quién es la que está contigo y con papá? —le pregunté.

Mamá me dijo que se llamaba lali esposito y que trabajaba de asistente para mi padre y empezó a contarme todo tipo de maravillas. No tendría más de veinte años en la foto, pero su belleza natural era deslumbrante.

A lo largo de los años su cara aparecía de vez en cuando en las fotos que me enviaba mi madre: recepciones de la empresa, fiestas de Navidad e incluso fiestas en la casa. Su nombre también salía ocasionalmente cuando me contaba historias de los contratiempos habituales del trabajo y la familia.

Así que cuando se tomó la decisión de que volvería a casa y me ocuparía de la dirección de operaciones, mi padre me explicó que lali acababa de terminar su licenciatura en empresariales en la Universidad Northwestern, que había obtenido una beca para un máster que requería experiencia en el mundo real y que mi trabajo era la posición perfecta para ser su tutor durante un año. Mi familia la quería y confiaba en ella, y el hecho de que ni mi padre ni mi hermano tuvieran ninguna reserva sobre su capacidad para desempeñar el puesto a mí me lo decía todo. Accedí inmediatamente. Estaba un poco preocupado porque mi opinión sobre su apariencia interfiriera con mi capacidad para ser su jefe, pero me tranquilicé rápidamente diciéndome que el mundo estaba lleno de mujeres preciosas y que me resultaría fácil separar ambos aspectos.

Oh, qué estúpido fui.

Y ahora podía ver perfectamente todos los errores que había cometido durante los últimos meses, cómo, incluso desde aquel primer día, todo me había llevado al punto en el que me encontraba entonces.

Para complicar aún más las cosas, últimamente parecía que no podía llegar a nada con nadie sin pensar en ella. Solo pensar lo que había pasado la última vez me provocaba una mueca de dolor.

Había sido unos días antes del «incidente de la ventana», como yo lo llamaba. Yo tenía que asistir a una gala de una organización benéfica. Al entrar en el despacho me quedé impresionado al ver a la señorita esposito con un vestido azul increíblemente sexy que no le había visto nunca antes. En cuanto la vi, quise tirarla sobre la mesa y follármela sin parar.

Toda esa noche, con mi bellísima acompañante rubia a mi lado, estuve distraído. Sabía que estaba llegando al final de mi resistencia y que en algún momento todo iba a volar por los aires. No tenía ni idea de lo pronto que iba a ser eso.

Traté de probarme a mí mismo que la señorita esposito no se me estaba metiendo así en la cabeza, yéndome a casa con la rubia. Entramos a trompicones en su apartamento y nos besamos y nos desnudamos muy rápido, pero todo se enfrió. No es que ella no fuera lo bastante sexy e interesante, pero cuando la tumbé en la cama era castaño el pelo que yo veía esparcido sobre la almohada. Al besarle los pechos lo que quería sentir era unos pechos suaves y abundantes, no aquellos de silicona. Incluso mientras me estaba poniendo el condón y acercándome a ella, sabía que era un cuerpo sin cara que estaba utilizando para satisfacer mis propias necesidades egoístas.

Intenté mantener a lali lejos de mis pensamientos pero fui incapaz de detener esas imágenes prohibidas de cómo sería tenerla debajo de mí. Solo entonces conseguí empalmarme del todo y me puse rápidamente encima de aquella chica, odiándome al instante por ello. Ahora me sentaba peor ese recuerdo que cuando pasó, porque ahora la había dejado meterse en mi cabeza y quedarse allí.

Si podía soportar aquella noche, las cosas iban a ser más fáciles. Aparqué el coche y empecé a repetirme mentalmente: «Puedes hacerlo. Puedes hacerlo».

—¿Mamá? —llamé mientras miraba en todas las habitaciones.

—Aquí fuera, peter.

Oí que la respuesta llegaba desde el patio trasero.

Abrí las puertas y me saludó la sonrisa de mi madre que estaba dándole los últimos toques a la mesa que había puesto fuera.

Me incliné para que pudiera darme un beso.

—¿Por qué vamos a cenar aquí esta noche?

—Hace una noche preciosa y he pensado que estaríamos todos más cómodos aquí que sentados en un comedor atestado. No creo que le moleste a nadie, ¿tú qué crees?

—No, claro que no —respondí—. Se está muy bien aquí. No te preocupes.

Y realmente se estaba muy bien. El patio estaba cubierto por una enorme pérgola blanca con las vigas envueltas por enredaderas trepadoras muy tupidas. En el medio había una gran mesa rectangular en la que cabían ocho personas, cubierta con un suave mantel color marfil y la porcelana favorita de mi madre. Había velas y flores azules sobresaliendo de pequeños recipientes plateados por toda la mesa y un candelabro de hierro forjado emitía una luz vacilante por encima de nuestras cabezas.

—Sabes que ni yo voy a ser capaz de evitar que Sofia acabe tirando todo esto de la mesa, ¿verdad? —dije metiéndome una uva en la boca.

—Oh, se va a quedar con los padres de rochi esta noche. Y menos mal —continuó —, porque si estuviera aquí acapararía toda la atención.

«Mierda.» Si estuviera Sofia poniéndome caritas desde el otro lado de la mesa al menos tendría algo con lo que distraerme de la presencia de benjamin.

—Esta noche es para lali. Me encantaría que ella y benjamin conectaran. —Ella siguió yendo de acá para allá por el patio, encendiendo velas y haciendo ajustes de última hora, completamente ajena a mi angustia.

Estaba jodido. Contemplé un segundo la idea de huir de todo aquello cuando oí a nico... Puntual por una vez.

—¿Dónde está todo el mundo? —gritó y su voz profunda resonó en la casa vacía. Le abrí la puerta a mi madre y al entrar encontramos a mi hermano en la cocina.

—¿Y qué, peter? —dijo mientras apoyaba su cuerpo larguirucho contra la encimera —. ¿Ansioso por lo de esta noche?

Esperé hasta que mi madre volvió a salir de la habitación para mirarlo con escepticismo.

—Supongo que sí —respondí intentando parecer muy informal—. Creo que mamá ha hecho barritas de limón. Mis favoritas.

—Pero qué mentiroso eres. Yo estoy deseando ver a amadeo intentando ligar con lali delante de todo el mundo. Va a ser una noche entretenida, ¿no crees?

Justo cuando nico estaba arrancando un trozo de pan, entró rochi y le apartó las manos.

—¿Es que quieres que tu madre se enfade porque le estropeas la cena que ha planeado? Haz el favor de ser agradable esta noche, nico. Nada de provocar a lali ni de bromear con ella. Seguro que está muy nerviosa por todo esto. Dios sabe que ya tiene bastante con soportar a este —dijo señalándome.

—Pero ¿qué dices? —Ya me estaba cansando de aquel club de fans enfervorecidos de lali esposito—. Yo no le hago nunca nada.

—peter. —Mi padre estaba de pie en el umbral haciéndome un gesto para que me acercara a él. Salí de la cocina y lo seguí a su estudio—. Por favor compórtate lo mejor que puedas esta noche. Sé que tú y lali no os lleváis bien, pero está en nuestra casa, no en tu oficina, y espero que aquí la trates con respeto.

Apreté la mandíbula con fuerza y asentí mientras pensaba en todas las formas en que la había faltado al respeto durante las últimas semanas.

Fui al baño un momento y justo entonces llegó benjamin, con una botella de vino y unas cuantas variaciones de sus efusivos saludos: «¡Oh, estás fantástica!» para mamá, «¿Cómo está la niña?» para rochi, y una recia combinación de apretón de manos y abrazo para nico y papá.

Yo me quedé algo separado de los demás en el vestíbulo, preparándome mentalmente para la noche que me esperaba.

Habíamos sido muy amigos de benjamin mientras crecíamos y en el instituto, pero no le había visto desde que volví a casa. No había cambiado mucho. Era un poco más bajo que yo, con una constitución delgada, pelo muy negro y ojos azules. Supongo que algunas mujeres lo considerarían atractivo.

—¡peter! —Apretón de manos, abrazo masculino—. Dios, tío. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Mucho, benjamin. Creo que desde justo después del instituto —le respondí
estrechándole la mano con fuerza—. ¿Qué tal estás?

—Genial. A mí me han ido las cosas muy bien. ¿Y a ti? He visto fotos tuyas en revistas, así que supongo que a ti también te ha ido bastante bien. —Me dio unas palmaditas en el hombro amistosamente.

«Qué idiota.»

Yo asentí y le devolví una sonrisa forzada. Decidí que necesitaba unos minutos más para pensar, me disculpé y subí arriba, a lo que había sido mi antigua habitación.

Nada más cruzar la puerta me sentí más tranquilo. La habitación había cambiado poco desde que yo tenía dieciocho. Incluso cuando estaba en el extranjero, mis padres la mantuvieron prácticamente igual que cuando me fui a la universidad. Me senté en mi antigua cama y pensé en cómo me sentiría si la señorita esposito tuviera algo que ver con benjamin. Realmente era un tío majo, y aunque odiaba admitirlo, había una posibilidad real de que congeniaran. Pero solo pensar en otro hombre tocándola hacía que todos los músculos de mi cuerpo se pusieran en tensión. Volví mentalmente al momento en el coche en el que le había dicho a ella que no podía parar. Incluso ahora, a pesar de todas mis bravuconerías falsas, seguía sin saber si podía hacerlo.

Oí que volvían los saludos y la voz de benjamin en el piso de abajo y decidí que era hora de ser un hombre y enfrentarme a lo que estuviera por venir.

Cuando llegué al último rellano la vi. Me daba la espalda, pero me quedé sin aire en los pulmones.

Llevaba un vestido blanco.

¿Por qué tenía que ser blanco?

Era una especie de vestidito de verano muy de niña, que le llegaba justo por encima de la rodilla y dejaba a la vista sus largas piernas. La parte de arriba era de la misma tela y tenía lacitos que se ataban encima de los hombros. No podía pensar en otra cosa que en cuánto me gustaría soltar esos lacitos y ver la prenda caerle hasta la cintura. O tal vez hasta el suelo.

Nuestras miradas se encontraron desde diferentes extremos de la habitación y ella sonrió con una sonrisa tan genuina y feliz que durante un segundo incluso me la creí.

—Hola, señor lanzani.

Mis labios se elevaron un poco al verla hacer su papel delante de mi familia.

—Señorita esposito—respondí con un gesto de la cabeza. Nuestras miradas no se separaron ni cuando mi madre llamó a todo el mundo para que saliera al patio a tomar algo antes de cenar.

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